Desde
que el ritmo urbano comenzó a dictar el compás del hombre moderno, las ciudades
ocuparon un lugar central entre las problemáticas promotoras de la producción
estética. El desarrollo de las vanguardias artísticas a comienzos del siglo
pasado estuvo relacionado íntimamente con el surgimiento y desenvolvimiento de
las metrópolis europeas. La obra de los jóvenes artistas del momento recoge esa
influencia en referencias indirectas a su ritmo, organización y velocidad, y en
alusiones explícitas a la vida ciudadana, su cultura, sus placeres y sus
controversias sociales. Pero las ciudades ejercieron también otras atracciones
sobre estos autores, ya que constituían el escenario privilegiado de la
confrontación política en la que muchos de ellos se encontraban involucrados, y
el ámbito que habitaba el “hombre nuevo” al que dirigían sus esfuerzos
creativos. (...)
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