martes, 2 de septiembre de 2014

Todo arte es experiencia social - Pablo Helguera

(…) La anomalía del territorio de lo artístico es que se redefine constantemente. El arte es aquello que siempre puede ser otra cosa, porque todo puede de repente llamarse arte. Hay un territorio de juego que valora cierto tipo de acciones para percibirlas dentro de un marco discursivo. No siempre fue así. En algún momento el arte fue algo que tenía que estar en un salón de exhibiciones. Tuvimos que inventar la noción del museo, que viene de la Revolución Francesa. Luego en el modernismo inventamos el cubo blanco, que básicamente es otro marco, un entorno en el cual entran varias cosas. Rueda de bicicleta (1913) de Marcel Duchamp es arte porque está dentro de ese cubo blanco, si la saca a la calle sólo es una rueda. Y luego llega un momento donde estamos prescindiendo inclusive del cubo blanco, que es el momento más fascinante: ahora. Ya sin el espacio físico, el marco que nos queda es básicamente discursivo: siempre y cuando esté ese discurso del arte algo podrá ser arte. Está el ejemplo del artista David Horvitz, quien ilustró varios artículos de Wikipedia sobre playas de California con fotos de dichos lugares insertándose a sí mismo, a lo lejos, en ellas. La foto en sí funciona como ilustración de la playa, pero a la vez es una intervención artística. En este caso, la percepción de esta obra como obra radicaba en la posibilidad de que alguien supiera que Horvitz, el artista, le había dado esa intención, pero de otra forma la obra pasaría desapercibida. Es arte porque se hace una cosa y algunas personas sabemos que es una obra y ya. Ese es el único contexto que necesitamos. Eso es lo que nos queda. Lo maravilloso de este momento es que el territorio de la discursividad es intangible y manipulable por cualquiera. No importa cuánto dinero tengas y qué tan poderoso seas: no tienes mayor control que otros sobre la fuerza de gravedad de la discursividad. (…)

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